domingo, 3 de febrero de 2013

escribir sobre la magia de escribir




Coge lápiz y papel. O tu flamante y ligerísimo ordenador portátil. Los dos primeros tienen el encanto de lo antiguo, lo humano y lo que deja borrones. El segundo, bueno, tiene la incuestionable ventaja de que te permite escuchar música al mismo tiempo. Y la música es importante.

En realidad, la música lo es todo. Pero no vale cualquier música: tiene que ser la tuya. Y es que es bastante frecuente que, cuando uno decide ponerse a escribir, trate de sonar épico y grandilocuente como en las novelas de ballenas. O puede que tan íntimo y personal como la última luminaria pibón del Babelia. O quizás tan alegremente desesperanzado como el pijillo que fantaseaba con niños y campos de centeno. 

Craso error: esas músicas pueden ser maravillosas, pero están tocadas con la cuerda de otros. Así que, durante un segundo -o una vida- suelta el bolígrafo y detente a averiguar dónde se esconde tu cuerda. 

La verdad: es difícil encontrarla.

Pero cuando la encuentres, habrás realizado una gran parte de la tarea. Y es que lo que a partir de ese momento aparezca sobre el papel podrá estar mejor o peor, hacer reír o llorar, ser merecedor del Nobel, un besito o una sangrienta azotaina. 

Pero serás tú mismo.

Y eso es todo lo que necesitas para escribir.

Lo más probable es que sientas auténtica vergüenza al descubrir quién eres en realidad. Da igual: que le follen a la vergüenza. Tú pasa de todo y ponte a escribir sobre lo primero que te ronde la cabeza. Escribe sobre las injusticias del mundo, sobre cómo debería ser el mundo, sobre la impresionante épica de tu charcutero de confianza cuando corta los solomillos de ternera. Escribe sobre lo que conoces, sobre lo que tienes ahí al lado y nadie más podrá ver a no ser que tú se lo cuentes. O escribe sobre lo que ya ha visto todo el mundo -la vida, el otoño, una polla corriéndose a chorros- pero todavía nadie a través de tus ojos. 

Porque al final todo se reduce a algo muy sencillo: dar a otros lo que hasta ahora había sido únicamente tuyo.

Y nunca, nunca dejes de escribir. Escribe todos los días: contra viento y marea, en el ordenador, en el papel, en tu piel, aunque te quede mal, aunque te quede maravillosamente bien, como si no tuvieras más opciones, como si se tratase de una jodida y alucinante misión que te hubieran encomendado los mismísimos dioses. 

Intenta escribir como si te fueses a morir.

Porque es que te vas a morir.