sábado, 29 de diciembre de 2012

Películas vs Realidad


En las películas parece todo tan fácil, el beso de despedida se da en el tercer escalón de la escalera de casa y es fácil. Muy fácil. No hay medias tintas, o tintas y media. Cuándo se siente se siente con todas las de la ley y el protagonista es capaz de darle la vuelta al mundo por ella. Y ella haría lo mismo, y le recibe con los brazos abiertos en el aeropuerto. Sonriente. Feliz. El mundo se confabula para que la historia de amor salga bien, y la recuerden toda la vida como la más especial. En la vida no es así. Cuándo tú sientes, la otra persona no siente o prefiere olvidar. Cuando alguien se enamora de ti tú no te ves capaz de darlo todo. Y así vamos viviendo, olvidando y rehaciéndonos por dentro. Recomponiendo los pedacitos que se llevan algunos, recogiendo lo que nos dan otros. Tal vez sólo se trate de comprender que la vida no es una película. Los hoteles de segunda clase con la escalera de madera y pared de terciopelo sólo están en tus sueños. Los gatos callejeros que sonríen cuando pasas están en tu imaginación. Absorber el mar de todo el universo y meterlo en una botella es un imposible. Los corazones suelen estar medio vacíos, o medios llenos pero de lágrimas. Las casas antiguas nunca albergaron las historias que imaginas. La gente solitaria que viaja en avión nunca tiene a nadie esperándole cuando llega. Los besos que se dan entre el agua de mar terminan deshaciéndose en el infinito. Se hacen invisibles y vuelan hacia un lugar secreto. Que nadie sabe dónde está. Los corazones dibujados en la arena se deshacen en la ola siguiente. Los deseos de las estrellas fugaces tienen una lista de espera de 250 años, nunca llegaremos a cumplirlos. Todo lo que llega, acaba yéndose. Todos los momentos acaban pasando y terminas tú. Sola. Mirándote por dentro y hacia el infinito a la vez.
Preguntándote en que punto del camino escogiste el equivocado, con qué piedra tropezaste, cuántos deseos echaste a perder, cuántas veces cosiste tu corazón.. y te das cuenta de que cada vez te quedan menos hilos. Que caminas en blanco y negro, y crees cada segundo un poco menos en las películas.