jueves, 14 de junio de 2012

El mar, tú y yo


Me relamí los labios y sonreí al sentir la sal que aún quedaba sobre ellos. El sol hirió mis ojos, y miré a lo lejos: tú no eras más que una silueta a contraluz recortada contra la suave luz del amanecer. Me acomodé directamente sobre la arena, sin toalla. Ésa era nuestra política: nada de barreras entre nosotros y la vida. El sol, lo tomamos sin toalla. Las bebidas, sin pajita. El amor, sin condón. Te acercaste lentamente, dejando suaves huellas sobre la arena, y me di cuenta de hasta qué punto te amaba: podría vivir toda mi vida sin salir de una de ellas.
Me alcanzaste, me besaste y me levantaste en el aire: mi vestido blanco se hinchó como un globo con el aire caliente que entraba por entre tus brazos. La luz del amanecer nos inundó, se metió por entre nuestros dedos y en los recovecos de nuestro amor, como diciendo que ella sabía que nosotros siempre estaríamos juntos.
Me llevaste hacia el mar, mientras yo reía y gritaba y me retorcía entre tus brazos, mi lugar favorito en el mundo. Más aún que la playa vacía en la que estábamos.
Recuerdo que el agua estaba helada, y que chillé cuando se me coló por entre los dedos de los pies. Tú me arrastraste hasta el fondo, riendo, y sumergiste mi cabeza haciendo que mi risa se llenara de agua salada. Yo te salpiqué y los dos jugamos a saltar las olas.

El mar, tú y yo, la perfección hecha realidad.