domingo, 13 de mayo de 2012

mi idioma


Nosotros éramos lluvia, éramos mar, infinitos, como el tiempo. Yo me hundía en tu mirada inabarcable cuando la aurora traía certezas para espantar soledades. Tú tenías el corazón en un puño y las flores en un ramo. Flores para mí. Y poemas, me escribías poemas y todo ardía a nuestro paso, nos devoraba, nos sumía en el más intenso vacío. Y entonces tú me abrazabas, como si no hubiera un mañana, como si nunca hubiera existido un ayer. Me abrazabas y yo ya no me sentía tan sola, tan triste, tan devorada por las llamas. No te hacía falta decir “Estoy loco por ti”, yo lo sabía.
Tú eras Berlín por las mañanas, frío a veces pero lleno de rincones encantadores. Eras el de la mirada perdida, el que sonreía tímidamente cada vez que me veía, el que creía que había perdido el amor pero lo llevaba dentro. El que cambiaba los finales.

Yo era París atardeciendo, cálida y repleta de amor, amor que quería regalarte, como se lo regalan los amantes frente a la Tour Eiffel. Yo era un fuego silencioso, la chica de los labios rotos y los agujeros en las medias. Era un beso bajo la lluvia y una canción de amor desdichado.

Y de repente, la nada, que era todo, que era tu mano recorriéndome la espalda. Nosotros bailando lejos de la vida. Un beso en blanco y negro en medio de cualquier calle. Nosotros en blanco y negro en una habitación de París. Nosotros en la vida, nosotros queriéndonos.

Después te fuiste, apagaste la luz, y dejaste un vacío inmenso. Nunca volviste a aparecer. Nadie supo más de ti.

Dime por qué te olvidaste de hablar mi idioma.