jueves, 29 de diciembre de 2011

mariposas tristes


Coleccionaba mariposas tristes y nombres de calles que no existen, y le gustaba considerarse una extranjera en tu paladar. El calor trémulo de aquella ciudad recorría sus faldas y sus chaquetas de hombre. La niebla de 1967 se había metido en su mirada y no parecía querer dejar ver al resto de la humanidad el verde de sus ojos. Era mordaz y valiente, le gustaba la sopa recalentada y hacer el amor en el jardín cuando el calor del verano atenazaba su garganta. Rabiaba en su carne el hambre, lo atroz de una herida mal curada, la guerra y el llanto. Y, sin embargo, seguía allí, sacudiéndose las miserias cuando nadie la veía para hacer creer a todos que a ella, a valiente, no la ganaba nadie.
Le gustaba coger su bicicleta voladora, la de color azul ruin, y mirar las nubes desde arriba, para ver que sentían ellas mirando siempre por encima del hombro. Porque abajo, se sentía pequeña e insignificante, menos cuando estaba contigo, claro. Tú la hacías sentirse por encima del suelo, de las nubes y del planeta tierra.
Pero al final huyó, como huyen los animales salvajes cuando intentas apresarlos.
Era un espíritu libre, y ni tu podías cambiar eso.