Me gusta esto. Me gusta amanecer en tu cama, con ojeras y
ganas de un café enorme. Me gusta que me des besos y enredarme entre las
sábanas esperando un nuevo día. Y es que yo no espero nada especial de ti, sólo
un poco de amor a medianoche y una tirita para sanar heridas. Que seas mi héroe
y me rescates de la vida cuando yo ya no pueda más. Y que me hagas tostadas
para desayunar. Ni siquiera hace falta que me las traigas a la cama, que luego
se nos llena todo de migas y es un desastre. Me vale con que me esperes en la
cocina. Y luego un buen café, y que la casa se inunde de ese olor a desayuno
recién hecho que tanto me gusta. Y darnos besos encima de la encimera, sin
prisa, sin miedo y con ganas. Que quiero amanecer cada día en un lugar
distinto, contigo. Y refugiarnos en la poesía que alumbra incluso los días más
grises. Y escondernos entre música callejera o, por qué no, viajar entre las
páginas de un libro. Pero no uno cualquiera, uno usado, uno de esos que pasaron
por cientos de manos y huelen a historias, a vidas, a momentos fugaces que un
día alguien se dejó entre las hojas. Y llegar a una cafetería y escribir
cuentos en las servilletas para que alguien se los encuentre, que andamos
faltos de sueños ¿no crees? Y es que me
he cansado de hablar de todos los trenes sin retorno que quise coger un día. De
planear huídas. Prefiero hablar de cómo me apartas el pelo de la cara cuando me
hablas entre susurros, o como recorres mi espalda con tus dedos, dibujando la
playa infinita donde algún día nuestros sueños y nuestras vidas volverán a
tomar sus caminos. Allí donde cielo y mar, son tierra de nadie.