sábado, 1 de octubre de 2011

tostadas con mantequilla y mermelada de arándanos


Perdona, amor mío, si decido dejar que cojas tú este taxi y quedarme yo aquí rompiendo ventanas (otra vez). Siempre lo supiste: yo soy esa clase de chicas que desayuna tostadas con mantequilla y mermelada de arándanos, que se va al aeropuerto sólo para imaginar cuál será el próximo avión que pierda, que hace ciertas cosas aunque no merezcan la pena, que olvida las llaves (las internas) en cualquier rincón de la ciudad, que nunca ha querido ser Amelié, que ha vivido con la locura de los diecimuchos o veintipocos cada segundo que ha podido, que termina por comprender que el amor sólo es una cuestión de morir o matar. Lo has intentado, y aquí sigo respirando a duras penas (sin pies ni cabeza, pero siempre hacia delante), pero sin dejar de notar como el aire entra y sale de mi organismo. Porque ya no te quiero, ya no me dueles. Nunca una despedida resultó ser tan dulce. Casi tanto como las tostadas con mantequilla y mermelada de arándanos.