tostadas con mantequilla y mermelada de arándanos
Perdona, amor mío, si decido dejar que cojas tú este taxi y quedarme yo aquí
rompiendo ventanas (otra vez). Siempre lo supiste: yo soy esa clase de chicas
que desayuna tostadas con mantequilla y mermelada de arándanos, que se va al
aeropuerto sólo para imaginar cuál será el próximo avión que pierda, que hace
ciertas cosas aunque no merezcan la pena, que olvida las llaves (las internas)
en cualquier rincón de la ciudad, que nunca ha querido ser Amelié, que ha vivido
con la locura de los diecimuchos o veintipocos cada segundo que ha podido, que
termina por comprender que el amor sólo es una cuestión de morir o matar. Lo has
intentado, y aquí sigo respirando a duras penas (sin pies ni cabeza, pero
siempre hacia delante), pero sin dejar de notar como el aire entra y sale de mi
organismo. Porque ya no te quiero, ya no me dueles. Nunca una despedida resultó
ser tan dulce. Casi tanto como las tostadas con mantequilla y mermelada de
arándanos.