jueves, 10 de febrero de 2011

Ropa que estorbe, promesas que sobren.

Nada más mirarte de frente supe qué era lo que escondías tras esos ojos de azul océano. Buscabas resquicios por los que dejar huir el deseo que se agolpaba en tu cintura. Malas personas, podemos decir. Querías a alguien que te dejara seco y vacío, que te mirara a los ojos mientras te quitaba la ropa a mordiscos. Querías a alguien a quien no fueras a volver a ver, alguien que hiciera que no te sintieras culpable por contar sus lunares una noche de verano. Alguien con quien poder ser salvaje, desconsiderado, alguien que te devolviera los golpes y te destrozara la espalda con sus arañazos. Alguien a quien le importara tu cuerpo, no tu alma. Alguien que te hiciera estallar, olvidar, suspirar, gemir... Un amor de veinte minutos, de esos que luego se van por donde han venido, sin dar ni pedir una explicación. Uno que sepa a alcohol y a cigarrillos, y que su piel se cubra del sudor desesperado de los incandescentes. Alguien a quien apagarle las ganas a cambio de una sonrisa cómplice, alguien con quien compartir un deseo mudo, caricias silenciosas y jadeos hechos de nitroglicerina.

Alguien con quien no hiciera falta fe, solo pasión.
El alma que faltaba en tu cama.
Ropa que estorbe.
Promesas que sobren.

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Un rebelde